8 de septiembre de 2003

Ladridos y orines

Expreso mi absoluto acuerdo con M. Àngels Pijoan, en cuya carta del 2/IX/2003 alude a la moda de los perros. Vivo en una zona tranquila y afortunadamente no debo soportar el hedor derivado de las necesidades básicas de los perros, ya que en la mayoría de los casos sus dueños habilitan al efecto algún espacio de su jardín. Sin embargo, la abundancia de canes, que en algún caso roza la exageración (he llegado a ver una casa con cuatro pastores alemanes estratégicamente dispuestos en el recinto que custodian), se convierte en un problema acústico real, sobre todo cuando llega la hora del descanso. Sus cuidadores alardean en muchos casos de la predisposición a la vigilancia permanente de sus animales, y en lugar de advertirles acerca de su ladrido indiscriminado, parecen alentar ese comportamiento.

Nada que objetar a la idea del perro guardián, pero sí a la insistencia del ruido producido por los perros que deberían controlar sus propietarios. Ciertamente es un detalle de civismo disminuir los decibelios que emiten equipos de música y televisión a partir de cierta hora para no molestar al vecindario, pero mientras silenciamos los electrodomésticos arrecia el desagradable concierto de quejidos caninos.

JORGE EIXERES
Pallejà

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