24 de octubre de 2003

El paisaje de la Costa Brava, en peligro

Cuesta creer que, tras el zarpazo constructor que recibió la Costa Brava en los años 60, las cosas hayan ido a más. Pero así es. Constato año tras año que sostenibilidad es un concepto que no ha llegado a esta aún hermosa parte del territorio. O, peor aún, que se ignora abiertamente. Al notable y continuo desarrollo inmobiliario hay que añadir fenómenos de temporada con un gran impacto.

En verano, el horizonte de muchas de las pequeñas calas a las que es posible acceder desde tierra es un muro de barcos, y el sonido del mar queda ahogado por el ruido constante de los motores. Desde la playa parece que estés sentado en un banco de la Diagonal en hora punta. A veces no se conforman con hacer de horizonte y anclan a escasos metros de la playa, así que para remojarse hay que driblar algunos objetos flotantes. Impacto visual, acústico, contaminación de las aguas, necesidad de puertos deportivos... y uno, bañista de caminito de tierra con ganas de relajarse, con los nervios de punta.

Parece incuestionable, aún más, natural, normal, actual, el derecho a una segunda vivienda o a disfrutar de una embarcación. Pero, ¿acaso no existe también el derecho a disfrutar de un paraje hermoso, a unas horas de paz, a la conservación del medio natural para seguir gozando de él en un futuro? ¿Por qué este derecho es de segunda clase? ¿Por qué nos estamos empeñando en rodearnos de un medio cada vez más feo, más agresivo? ¿Por qué, a pesar de los ejemplos y consecuencias que todos conocemos, seguimos andando por la misma senda? No parece muy inteligente.

LAURA SILVANI
Barcelona

volver volver