Home Opinión Temas Clasificados Servicios Servicios
 
Articulistas
 
 
3 min
 
  Series
El runrún
El runrún
 

Tucutum-tucutum

LO RELEVANTE DEL caso de la Ciutadella es que promete una nueva manera de entender la tolerancia  

TONI SOLER - 24/07/2004

Loor y aplausos, y semáforo verde, si es que no se lo han dado ya, al Ayuntamiento de Barcelona, y en particular a la teniente de alcalde Imma Mayol, por haberse atrevido a silenciar el parque de la Ciutadella, ese verde pulmón concebido como remanso de paz, refugio de transeúntes y badocs, circuito de cochecitos de bebé y hogar de pajaritos cantores; de un tiempo a esta parte, la única zona verde digna de tal nombre en Barcelona (aunque ahora hasta los márgenes del Trambaix, con su escuálida franja de césped, reciben tal calificativo) había sido tomada al asalto por grupos de aficionados a la percusión, que se pasaban el día y parte de la noche dale que dale con sus bongos, tambores y timbales, tucutum-tucutum-tucutum, hasta el punto de ahuyentar a los visitantes y destrozar los frágiles nervios del vecindario.

El debate que enfrenta a bongueros y bongófobos –que no se limita a la zona de la Ciutadella– no es, a lo mejor, una cuestión prioritaria. Sin embargo, para los que lo sufren directamente puede llegar a ser desesperante. No es una cuestión de volumen, como dicen los vecinos de la Ciutadella, sino de reiteración, de gota malaya. En cualquier caso, lo relevante del caso es el cambio de planteamiento que promete, esa nueva manera de entender la tolerancia y la calidad de vida por parte de todos, administradores y administrados.

Los barceloneses, y en particular sus oídos, llevan años pagando una factura que procede de la fiebre olímpica; en los albores de 1992, a todos nos sedujo la idea de mostrarnos como una ciudad abierta, alegre, social, en la que todo es posible a cualquier hora, en la que todas las actividades están presididas por el buen rollo. El falso dilema entre libertad y seguridad, entre movida y civismo, se resolvía demasiado fácilmente a favor de una idea de ciudad-festival.

Es una excelente tarjeta de visita, sobre todo para recibir a los que sólo están aquí de paso, pero al cabo se demostró que una ciudad tan estupenda puede resultar lesiva para la calidad de vida. La novedad es que la ciudadanía ya se atreve a quejarse sin miedo a traicionar el sagrado espíritu del 92. Tras muchos años de aceptar molestias y ruido en nombre de ese buen rollo, el personal está asumiendo que la tolerancia bien entendida empieza por uno mismo.

No es menos destacable el cambio de chip del tripartito municipal, siempre obsesionado con proyectar una imagen –la suya y la de la ciudad– de modernidad, juventud y rienda suelta a los impulsos creativos. Su política enrollada se ha visto corregida por un valor en alza, el civismo, que por suerte ya no tiene la pátina carca que tiempo atrás llevaba colgada como un sambenito reservado a la derecha remilgada y biempensante.

Si esta nueva cultura, entendida como una síntesis, termina por imponerse, y se impone sin hacer tabla rasa –al fin y al cabo, no somos suizos– vivir en Barcelona puede ser algo que valga la pena. En este sentido, el caso de los bongueros de la Ciutadella ha sido ejemplar; se han respetado los derechos de los ciudadanos, pero se ha hecho sin imposiciones ni desalojos, con diálogo auténtico y buena voluntad por parte de todos, también de los bongueros, que esperan un destino mejor para desatar su estrépito. Ojalá cunda el ejemplo. Si es así, algunos incluso podremos admitir que detrás del Fòrum 2004 existe un concepto real.



 
LA VANGUARDIA, el diario más vendido en Catalunya  Control OJD
Copyright La Vanguardia Ediciones S.L. y Iniciativas Digital Media S.L.
All Rights Reserved - Aviso Legal - Contacte con nosotros - Publicidad