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ASTURIAS
Asturias
Un estudio del CSIC confirma que el sondeo del buque 'Hespérides' mató a los calamares gigantes en 2003
Lo ocurrido en Asturias es «la punta del iceberg» de los efectos que las ondas acústicas pueden producir en todo tipo de especies Todos los ejemplares sufrían daños en su sistema de orientación
FIN DEL VIAJE. El 'Hespérides' atracado en El Musel unos días después de realizar sus investigaciones. / CITOULA
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Cuando entre el 13 y el 17 de setiembre del año pasado aparecieron cuatro 'architeuthis dux' (calamares gigantes) muertos en la costa asturiana, todo hacía pensar que algo extraño ocurría. A los pocos días se supo que durante ese tiempo el buque científico 'Hespérides' había realizado exploraciones acústicas en la zona con el fin de averiguar si podría hallarse allí gas o petróleo. Y en ese mismo momento muchos dedos apuntaron a estos estudios como los responsables de las muertes, no sólo de los 'architeuthis', sino también de cientos de peces que aparecieron flotando en alta mar frente a Tazones. Pero las cosas de la ciencia van despacio, y es ahora cuando un estudio confirma lo que ya era algo más que una hipótesis. Miembros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la institución Smithsonian, de Washington, hacen algo más que confirmar ese peligro: advierten de que «los cadáveres hallados en Asturias quizá sólo sean la punta de un iceberg que esté señalando efectos importantes sobre otras especies marinas, algunas de ellas de importancia comercial».

Estas conclusiones han salido a la luz recientemente en una publicación científica. El trabajo fue realizado por un equipo del Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC, con el científico Ángel Guerra al frente, y por el Museo Nacional de Historia Natural de Estados Unidos, personificado en Michael Vecchione.

Según explican, desde 1962 se han observado 47 registros de calamares gigantes en la costa asturiana. De ellos, casi el 75% fueron capturados por arrastreros que faenaban entre los 400 y los 800 metros de profundidad en el caladero de Carrandi, donde se acude, por lo general, en busca de bacaladilla. Los científicos señalan que el ritmo natural de un registro anual de calamar gigante en estas aguas experimentó un considerable aumento en dos ocasiones: entre el 13 de setiembre y el 23 de octubre de 2001 y entre el 13 y el 17 de setiembre de 2003.

Aire comprimido

En la primera ocasión cinco 'architeuthis' aparecieron varados cerca de los lugares donde los barcos 'Barracuda' y 'Nina Hay 502' estaban usando dispositivos de cañones de aire comprimido para prospecciones geofísicas. Y el año pasado, el hallazgo de cuatro ejemplares coincidió con la campaña del proyecto internacional 'Marconi', a bordo del buque científico 'Hespérides'. Esta campaña de investigaciones geofísicas se prolongó del 30 de agosto y al 18 de setiembre de 2003 y en ella se utilizaron también diez cañones de aire comprimido. Su objetivo era producir ondas acústicas de baja frecuencia (inferiores a los 100 hertz) y de alta intensidad (200 decibelios por cañón).

La coincidencia es reveladora. Pero también lo son los resultados de las necropsias. Ocho de los nueve ejemplares eran hembras inmaduras o en maduración de entre 67 y 140 kilos de peso, mientras que sólo había un macho, un ejemplar maduro de 66 kilos.

Tal como en su día publicó este periódico, estaban reventados por dentro. Según el estudio científico, «la mayoría de los órganos internos estaban prácticamente deshechos, formando un amasijo de tejidos». Además, «los órganos del tracto digestivo tenían varias largas y profundas llagas en distintas zonas».

¿Puede ser provocado todo esto por las explosiones acústicas? No de manera directa, pero sí indirecta. Todos los ejemplares tenían «daños importantes en su sistema receptor del equilibrio o estatocistos». Según los científicos, esas lesiones podrían haber provocado una «importante desorientación en los animales» y las ondas también los habrían aturdido ya que «son sensibles a vibraciones de baja frecuencia».

Desorientados, los calamares habrían pasado de estar en aguas profundas, con temperaturas entre 10 y 12,5 grados, a aguas superficiales, con temperaturas que en la época del año en el que se produjeron los acontecimientos «puede superar los 15 grados». Según demostraron estudios anteriores, el cambio de temperatura habría afectado a la composición de la sangre y los animales habrían muerto asfixiados.

¿Y si estaban enfermos? No es el caso. «En ninguno de los ejemplares ser observó una excesiva carga parasitaria de metazoos», tampoco se apreciaron lesiones atribuibles a microorganismos ni se encontraron bacterias patogénicas. También se descarta que murieran de manera natural tras su único ciclo reproductivo, ya que eran ejemplares inmaduros.

Si se pone en común el tipo de lesiones, el incremento de varamientos en pocos días y la presencia de barcos realizando prospecciones geofísicas con cañones de aire comprimido en ambas ocasiones, la conclusión es clara. Aunque los científicos, como no estaban allí cuando ocurrió, sólo pueden dar su hipótesis: que todo esto «sugiere que la muerte pudo guardar relación con los efectos subletales o letales producidos por el impacto de ondas acústicas».


 

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