Si a estas alturas ha habido que
esperar más de un año para que la comunidad científica se
pronunciase de manera formal sobre los sucesos de setiembre de 2003,
es que las cosas no están muy claras. Y los científicos lo
reconocen. Por eso, mantienen que «para conocer a fondo los efectos
de los pulsos acústicos de diferente intensidad y frecuencia en los
organismos marinos de profundidad es necesario intensificar los
estudios». ¿Y qué opción hay hasta que se conozca todo esto? Los
investigadores son muy claros al señalar que «ante la ausencia de
suficientes conocimientos es recomendable adoptar una actitud
precautoria».
Es cierto que este tipo de técnicas tienen su
utilidad, pero los científicos mantienen que «todos los agentes
implicados deben aceptar y afrontar el problema». Por eso, señalan
que «se debería ser muy cauto a la hora de utilizar una técnica
acústica hasta que su impacto en los ecosistemas y organismos se
conozca suficientemente».
Conciencia tranquila
Esta
aceptación tiene su importancia, máxime si nos remontamos a
setiembre de 2003. Entonces, fue Luis Laria, el director de la
Coordinadora para el Estudio y Protección de las Especies Marinas
(Cepesma), quien primero señaló al 'Hespérides' como responsable de
la muerte de los calamares. La respuesta por parte del jefe
científico de la expedición, Josep Gallart, había sido que tenían
«la conciencia totalmente tranquila» y que «los métodos utilizados
fueron elegidos por su nulo impacto ambiental». Además, el
Ministerio de Medio Ambiente había emitido una nota de prensa en la
que apuntaba a «un aumento de temperatura del agua» como causa de la
muerte de los 'architeuthis'.
La mala imagen que todo esto
suponía para uno de los barcos más emblemáticos en cuanto a
investigación científica se refiere era evidente, y los desmentidos
se sucedieron. Se da la curiosidad de que, ahora, son investigadores
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas los que
confirman la peligrosidad de unas técnicas que se usaron en una
expedición de la que ese organismo formaba parte, junto con la
Universidad de Oviedo.
Es fácil entender cómo puede dañar
este tipo de trabajos a los inquilinos de los fondos marinos cuando
se conoce la técnica: lo primero es enviar al fondo marino, entre
los 500 y los 4.500 metros, unos aparatos llamados OBS (ocean botton
sismometer). Los artilugios llevan un sensor que, en contacto con el
fondo, registra la energía sísmica, es decir, cualquier temblor, y a
partir de estos movimientos puede estudiar las capas inferiores
generando imágenes parecidas a una ecografía.
Temblores en
el fondo
El problema llega a la hora de generar esos
temblores en el fondo marino. Se hace a partir de una explosión de
aire comprimido que se suelta desde el barco llamada 'skraquer'.
Ésto genera una onda sonora que llega hasta el fondo y también
produce un cambio de presión. El lecho marino tiembla y el OBS hace
su trabajo.
¿Qué se consigue con todo esto? Según explicaron
en su día los responsables de la expedición 'Marconi', que se
desarrolló a bordo del 'Hespérides', el objetivo era hacer el mapa
de los fondos marinos cantábricos desde Asturias hasta el Golfo de
Vizcaya. Pero para eso sólo era necesario utilizar el sonar. La
segunda parte del proyecto era donde entraban las explosiones de
aire comprimido: su objeto era conocer la densidad del fondo, lo que
serviría para evaular las posibilidades de explotación de gas o
petróleo en la zona.
Y, claro, esto ya son palabras mayores.
De hecho, en el precedente de 2001 era la Sociedad de Hidrocarburos
de Euskadi la que había impulsado la expedición que, a su vez,
provocó la muerte de otros cinco calamares
gigantes.