MADRID. No sólo la contaminación
química de los océanos, sino también la acústica, está llevando a
los cetáceos al límite de su resistencia. Y es que ya no quedan casi
mares silenciosos. El tráfico marítimo de grandes barcos o las
exploraciones subacuáticas en las que se utilizan aparatos de
ultrasonidos para detectar bolsas de gas o de petróleo provocan bajo
la superficie del mar un ruido continuo en todas las frecuencias.
Además, en los últimos años se ha puesto de moda el turismo de
avistamiento de cetáceos que, si no se hace bajo control, puede
acarrear serios efectos en la vida de estos animales, pues el oído
es un sentido vital para los cetáceos y la contaminación acústica
reduce su capacidad para comunicarse. Para superar esta barrera,
investigadores británicos y estadounidenses han descubierto que las
orcas están extendiendo la duración de las ondas con las que se
comunican, según detallan en «Nature».
Los mamíferos
estudiados habitan cerca de la costa del estado de Washington
(Estados Unidos), un área que en la última década ha visto crecer
sustancialmente el tráfico marítimo. El equipo de investigadores
comparó grabaciones de orcas hechas en los periodos 1977-81, 1989-92
y 2001-03, tanto en presencia como en ausencia de botes de turistas.
Aunque en los dos primeros periodos no encontraron diferencias
importantes, en el último detectaron que la duración de las ondas
emitidas por las orcas aumentó entre un 10 y un 15 por ciento en
presencia de barcos en esta zona.
22 barcos las siguen cada
día
Teniendo en cuenta que los barcos para avistamiento de
cetáceos en esta zona se multiplicaron por cinco durante los años 90
-en la actualidad, las orcas son seguidas cada día por una media de
22 barcos-, esto sugiere que existe un umbral crítico de ruido de
fondo por encima del cual las ballenas actúan para contrarrestar el
estruendo continuo, dicen los investigadores. Según los científicos,
si el exceso de ruido continúa podría afectar la capacidad de las
ballenas asesinas para alimentarse. «Estos animales se llaman en
parte para mantenerse comunicados, pero también para coordinar la
búsqueda de alimentos», indicó Andrew Foote, uno de los autores del
estudio. Lo demuestra el hecho de que desde el año 1996 en esta área
se ha producido un declive en la población de ballenas
asesinas.