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TARRAGONA| Tarragona El 'via crucis' de obras en Jaume I
se acerca a su final Las máquinas concluirán la
excavación después de Semana Santa Joan
Maria Piqué |
Cada martillazo de las
máquinas perforadoras que tratan de horadar la piedra durísima del aparcamiento
de Jaume I es un paso más hacia la paz para el vecindario. Las obras han convertido
los alrededores del Rectorat de la URV en un calvario sonoro que, según los responsables
de la obra, se acerca a su final después de Semana Santa.
Prosigue
la penitencia de los ciudadanos que viven en los alrededores de las obras del
aparcamiento de Jaume I, en la Part Alta. Las máquinas prosiguen picando implacablemente
la piedra durísima del subsuelo. Pero no hay más que acercarse al boquete para
darse cuenta de que esta fase de las obras se acerca a su fin.
Actualmente
las máquinas trabajan a una respetable profundidad que se acerca a los quince
metros previstos justo delante de Rectorat de la Universitat Rovira i Virgili.
«Ha sido una odisea», explicó un técnico. La pared, de roca maciza, da testimonio
de la dificultad de la tarea. Fuentes de la Empresa Municipal d'Aparcaments aseguraron
que lo más duro ya ha pasado, y que tan sólo faltan «retoques», aunque las máquinas
continúan rebajan do el suelo de la obra.
Es cierto que la rescisión del
contrato con la constructora que inició las obras fue un paso importante para
acelerar los trabajos, que habían quedado empantanados. La nueva adjudicataria,
Hispana Suiza de Perfilados, una compañía de Ponferrada especializada en minas
y túneles, ha resultado contar con «unos profesionales de tomo y lomo», asegura
con admiración un técnico municipal. Según fuentes de la Empresa Municipal d'Aparcaments,
«las máquinas saldrán la semana que viene».
Entre la resignación y la
rabia
Los vecinos de las calles adyacentes al boquete ya no saben qué pensar
de esta promesa. «Esto es una tomadura de pelo», estalló Inés, que salía de su
casa en la calle Caputxins con el cochecito del niño: «Primero dijeron antes de
final de 2003, luego el 29 de febrero... y aún estamos en estas», dijo, mientras
el ruido atronador de las máquinas le daba la razón. «Este ruido es insoportable»,
remachó.
Neus, una vecina del mismo portal, asentía a estas palabras: «Yo
duro unas migrañas muy fuertes. El otro día me tuve que ir a la Part Baixa porque
no podía resistir el estruendo de ninguna manera», lamentó. «De ocho de la mañana
a ocho de la tarde, es una constante. Sólo paran una hora para comer», terció
Inés: «Además, los del Ayuntamiento saben perfectamente que están incumpliendo
la normativa del ruido máximo permitido, pero parece que les de lo mismo», criticó,
«y, aparte del ruido, están las vibraciones».
Es cierto. En los alrededores
de la excavación, el suelo vibra constantemente mientras las máquinas picadoras
tratan de partir la piedra. El ruido atronador de los martillazos se combina con
los chirridos agudos de las orugas de las excavadoras.
Aunque se confiesa
«harta del ruido y del polvo», que flota encima del boquete como una niebla, Antonia
es de las que se lo toma con más paciencia: «Hay que dejar trabajar». Eso sí,
critica que «los plazos se han disparado, no tenían por qué ir dando largas»,
aunque reconoce que «no hay más que ver que es todo piedra, y eso cuesta mucho...
Mi marido trabaja en estas cosas y sé de qué va. Hay que entenderlo», asegura.
En su opinión, además del estruendo, lo peor son «los camiones que entran y salen,
causan muchas molestias».
Estas son algunas de las opiniones que se pueden
recogerse en las calles de Puig dels Pallars, Descalços, Llorer o Santes Creus,
las más afectadas por el ruido, aparte del Rectorat de la Rovira i Virgili. El
propio rector, Lluís Arola, ha trasladado temporalmente su despacho para huir
del eco de los martillazos. Salvadora y María, dos señoras mayores, compartieron
todas las críticas que se han expresado pero, con la experiencia de la edad, se
mostraban tranquilas porque «ahora ya se acaba, ha pasado lo peor», decía Salvadora.
«Gracias a Dios, porque hemos aguantado de todo», refunfuñaba Maria, «y eso que
nosotras estamos en un calle de atrás, nos enteramos menos que los viven justo
delante», decía.
Justo delante son las calles Puig dels Pallars y Llorer,
donde la mayoría de las persianas están echadas, en un intento de frenar el ruido.
Si el plazo se cumple, ya queda menos.
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