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| De tarde en
tarde, recuerdo la anécdota atribuida a Pío Baroja en su casa
de Vera de Bidasoa. De buena mañana, el novelista estaba
arreglando su huerto y, al verle, un campesino que pasaba por
allí le saludó diciendo: «¿Qué, don Pío, trabajando?» Y don
Pío contestó: «No, hombre, no, descansando». Al
mediodía, el mismo campesino vio al autor de Paradox Rey
sentado sobre una mecedora, los ojos entornados, y volvió al
saludarle, esta vez con estas palabras: «Qué, don Pío, ahora
si que está descansando, ¡eh?» «Pues, no -le respondió el
donostiarra-, ahora, precisamente, estoy trabajando.» La
evocación de la anécdota del escritor regresó a mi memoria
tras una conversación telefónica que tuve con un agente de la
autoridad. «Al lado de mi casa -le denuncié- hay unos con una
radial que están haciendo un ruido insoportable». La respuesta
del policía local fue poco menos que patética: «¡Oiga, que
están trabajando y en horario laboral!» Daba la
casualidad de que yo también estaba trabajando y el chirriar
de la máquina me impedía poder terminar el texto que estaba
escribiendo. El agente que me contestó no consideró la
posibilidad de que se estuvieran emitiendo decibelios por
encima de los niveles admitidos por la Organización Mundial de
la Salud. ¿Y quién lo considera en un país como éste? Hace
un par de años, según publicó ayer este periódico, el Tribunal
Constitucional consideró en una sentencia ejemplar, que el
ruido atenta contra los derechos fundamentales y «perturba la
calidad de vida» (...) El viernes se desvelaba que el Tribunal
Supremo condenaba al alcalde de Vila-real, Manuel Vilanova
(PP) a prisión y a ocho años de inhabilitación por no actuar
contra el ruido de una empresa cerámica, pese a las reiteradas
denuncias vecinales. Y es que la mentalidad de la autoridad
está por la defensa del ruido, siempre que vaya en beneficio
del industrial, porque el perjuicio de los ciudadanos es un
tema marginal en una sociedad democrática como la nuestra.
Hace poco estuve cenando en un restaurante que ambientaba
el local con música de fondo. Comenté a mi mujer que, si
hubieran bajado un poco el volumen, la gente hubiese hablado
con voz menos alta para beneficio general. El ruido es una
lacra que estamos obligados a padecer, gracias a nuestros
sordos dirigentes. Todo sea por ese concepto equivocado que
existe de la economía. Mi amigo Peter Kramer llevaba
varios años en Valencia, cuando me confesó tomando café en un
bar: «Me he acostumbrado a todo, menos a los ruidos». Yo no
soy danés, pero os aseguro que cada día aguanto menos este
tipo de contaminación consentida.
RAFA.PRATS@telefonica.net
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