El ruido hace mal: provoca tensión arterial, sordera,
cefaleas; impide dormir, lo que aumenta la irritabilidad y,
por tanto, las úlceras de duodeno y los riesgos de accidente,
entre otros. España es, tras Japón, el segundo país con
mayores índices de contaminación acústica. Según cálculos de
la OCDE, nueve millones de españoles están sometidos a ese
suplicio. Se comprende, por todo ello, la atención que ha
suscitado una sentencia del Tribunal Constitucional
desestimando el amparo solicitado por el propietario de un
pub de Gijón condenado en 1998 por las molestias
causadas por su música a altas horas de la madrugada. El fallo
sostiene que esa forma de contaminación puede atentar contra
derechos como el de la salud o la inviolabilidad de domicilio.
La división producida en el Tribunal -hubo tres votos
discrepantes- pone de manifiesto el retraso legislativo sobre
la materia. La Ley del Ruido, aprobada hace un año en
aplicación de una directiva de la UE de 2002, y pendiente de
desarrollo reglamentario, debería colmar ese vacío. La
normativa anterior estaba diseminada en multitud de normas,
casi siempre de rango municipal, que se aplicaban con
indolencia y supuesto respeto a la tradición, aunque ésta
tuviera una antigüedad no mayor de 15 años. La nueva ley
establece la obligación de elaborar antes de 2007 mapas
acústicos de las ciudades, con niveles de exigencia de
silencio en función del uso predominante del suelo:
industrial, residencial, de ocio, etc. De la combinación entre
ese mapa y el de horarios para actividades potencialmente
ruidosas debería salir la reducción del ruido y la posibilidad
de aplicar medidas correctoras adaptadas a cada situación.
Ya hay ley, sólo falta aplicarla; es decir, lo más
importante. Se ignora si los mapas acústicos ya están en
marcha, pero consta que las obras, públicas o de particulares,
siguen amargando la vida de los vecinos sin aparente control,
las motos sin silenciador atronando las noches especialmente
en verano, los camiones de la basura sobresaltando a los que
quisieran dormir, las vías de comunicación contaminando su
entorno urbano, y celebrándose festejos, municipales o
privados, al son de una pirotecnia que identifica lo alegre
con lo estruendoso. "La inteligencia", escribió Schopenhauer,
"es una facultad humana inversamente proporcional a la
capacidad para soportar el ruido".
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