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EDITORIAL PRENSA ASTURIANA |
Director: Isidoro
Nicieza | 
Contra el mucho
decibelio | |
LADIS La
décima parte del belio es la medida que se emplea en
acústica para saber cuándo la música pasa a considerarse
ruido. Se denomina así en memoria de un físico escocés
apellidado Graham Bell que, entre otros artilugios,
inventó el teléfono. El ruido es algo insoportable,
salvo que vaya cabalgado por Fernando Alonso y sea un
bólido de la marca Renault. No me extraña que el
Ayuntamiento lleve a cabo una ordenación del ruido para
que los gijoneses del sueño y del descanso no se queden
sordos. Hay quien necesita descansar para, al día
siguiente, ir al trabajo relajado. Los que pueden pasar
la noche produciendo ruido ignoran que hay personas que
trabajan. Por otra parte, el ruido entorpece las
conversaciones, salvo que que se hagan por señas como
los sordomudos o con el telégrafo de banderas como los
marinos de la Armada. Quienes hemos sido noctámbulos de
locales cerrados, recordamos con nostalgia el madrileño
Bocaccio, donde podía celebrar tertulias la entonces
llamada «gauche divine», porque la música llegaba
tamizada y no se la podía llamar ruido. Cuando te
apetecía bailar (y tenías con quien) bajabas a la
«boite» y te marcaban un «agarrao». Allí puede que haya
conocido a Gerardo Iglesias, que era habitual. G. I. se
fue a Madrid cuando le nombraron secretario general del
Pe Ce. El Bocaccio se ha transformado y al Pe Ce le
quedan dos telediarios.
La fórmula de
insonorizar bien el local impide oír el ruido pero a los
pisos suben, a través de los pilares de hormigón armado,
unas vibraciones que hacen tintinear las cristalerías
del comedor y las lágrimas de las arañas. El inquilino
que sufre este tintineo cree que tiene unos fantasmas en
casa brindando desde la medianoche al amanecer.
El ruido en los locales impide conversar. Los
jóvenes prefieren la música al diálogo. Tal vez sea que
nada tienen que decirse. Allá ellos. Pero el
Ayuntamiento ha de poner límite a tanto
decibelio.
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