Llegará un momento en que al igual que se prohíbe fumar en centros públicos, existirán lugares de esparcimiento como playas, jardines, plazas, en los cuales estará prohibida la propagación de ruidos al considerar el silencio como un derecho cívico.

Personalmente, huyo de los restaurantes con música, y cuando no puedo evitarlo, solicito cortésmente que disminuyan su volumen, aunque bien es verdad que con escaso éxito. Dan a entender que sin música no habría negocio, aunque lo que atrae a los comensales es la buena mesa y la atención en el servicio.

Un entorno silente es lo que se requiere para la creación artística, literaria y científica.

Y también para conversar con los amigos y para reprimir pasiones.

Un silencio vale más que mil palabras. Respetar el silencio es una actitud estética que nos acerca a una mejor calidad de vida. Con el silencio podemos convivir.

No hay que tenerle temor al silencio y sí a los ruidos que te perturban y paralizan tu mente. Necesitamos el silencio para disfrutar de la introspección...

El silencio es un bien infravalorado, que ameritaría incluirlo como una referencia en la formación de los individuos. Deberíamos respetarlo más y exigirlo más. Deberíamos incluirlo entre las reglas de un buen comportamiento para con los demás.

A nivel de las relaciones íntimas, el silencio permite sentir las emociones y como diría un poeta, escuchar los latidos del ser querido. El silencio activa nuestra sensibilidad.

En la naturaleza impera el silencio. Ha sido la humanidad quien la ha llenado de ruidos.

Ruidos de máquinas, ruidos de espectáculos, festivales y concentraciones deportivas, ruido de elecciones, ruidos de guerra, de violencia, de comunicaciones telefónicas, ruidos y más ruidos.

Otorguemos nuestro silencio a cambio del regalo de poder escuchar a los demás.

mzapatero@cantv.net