La Organización Mundial de
la Salud califica con una frase lapidaria que
ruido es todo sonido que moleste.
El ruido, ese mal que parece decidido a
afincarse en el siglo XXI, es una incomodidad
muy vieja.
Según el presidente de la organización
española Juristas contra el Ruido, Lluis
Gallardo, ya los antiguos romanos tenían leyes
contra escándalos y molestias.
Aunque lejanos en el tiempo, tuvieron la
visión de prohibir la circulación de carruajes
dentro de los asentamientos humanos. Otra nota
muy acorde con sus días fue la regulación que
existió a principios del siglo XIX en Europa,
mediante la cual estaba absolutamente vedado que
los maridos pegaran a sus mujeres después de las
10 de la noche, para no molestar a sus
vecinos.
Está visto que los seres humanos comenzamos a
hacer bulla desde que nos bajamos del árbol, aun
con forma de monos.
Los estudiosos del tema han demostrado que el
ruido nos produce entre otros males:
agravamiento de las enfermedades
cardiovasculares, eleva el colesterol, insomnio,
fatiga, falta de concentración y sordera a
corto, mediano o largo plazo.
El sonido aceptable para el oído humano es el
inferior a los 30 decibelios, y para entenderlo
mejor, digamos que la arrancada de un ómnibus
pude superar los 85.
Algunos sonidos no tienen que ser
necesariamente altos para molestar. El ronroneo
de un aire acondicionado, o el de la
computadora, al que nos acostumbramos porque lo
creemos imposible de controlar, también daña.
Decimos muy seguros que con esos ruiditos
imperceptibles dormimos bien, pero OJO, el
cerebro sigue captándolos y en realidad no
descansamos.
En Cuba, para proteger a la población contra
el dañino ruido existe la Ley 81 97 del Medio
Ambiente que en su precepto 147 señala que está
prohibido emitir, verter o descargar sustancias
o disponer desechos, producir sonidos, ruidos,
olores, vibraciones y otros factores físicos que
afecten o puedan afectar a la salud humana o
dañar la calidad de vida de la población.
Y para que nos quede claro el daño que puede
provocar el ruido la ley menciona las
siguientes: interferencias en la comunicación
hablada, problemas de equilibrio, cefalea,
hipertensión, perturbaciones en la atención,
afecciones de la voz y estrés. Por si fuera
poco, como una limita sorda, el ruido alto o en
forma de zumbido nos cambia el carácter y la
conducta acompañados de mal humor y además, se
presentan disfunciones digestivas.
La agresión contra nuestros oídos nos llega
del vecino que impone sus gustos musicales, de
quienes caminando por la calle necesitan
transmitir a todo el mundo sepa lo que piensa de
algunas cosas y lo gritan.
Nos invaden
también cuando al entrar a un establecimiento
público algún entusiasta coloca varios bafles
para hacernos sentir que en ese lugar hay una
alegría tremenda. No son pocas las obras
musicales que pierden su objetivo al ser
amplificadas sin control por parte de sonidistas
de lugares públicos, quienes además imponen sus
preferencias sin adecuar la música a las
características de los espacios o el
momento.
Los ciudadanos tienen derecho a denunciar
esta agresión al entorno y a la salud, en los
Ministerios de Salud Pública y el de Ciencia,
Tecnología y Medio Ambiente. Las quejas contra
los violadores de la ley se ventilan en la Sala
de lo Económico de los Tribunales Provinciales
Populares. Ya sean contra un privado o contra
una entidad estatal. Pero eso es justamente lo
que pocos hacemos.
A veces por desconocimiento de la ley
seguimos soportando el escándalo callejero y
como si fuera un mal inevitable, nos tapamos los
oídos cuando instalan sin que medie ni un
poquito de sentido común, una discoteca sobre,
debajo o al lado de nuestras casas.
Una moda que algunos practican es la de
escuchar por la calle música tan alta, que llega
a cuantos van a su lado. Los padres deberían
saber que con solamente 28 segundos de audición
diaria al máximo nivel 115, los daños en la
audición son irreversibles. Dicho más sencillo,
los muchachos se van a quedar sordos.
Escuchar música es un derecho. Gritar
también. Quedarnos sordos por culpa de la
desidia, la ignorancia o la arrogancia, no.
Tabla de valores sobre el daño del ruido: A
partir de 30 decibelios, se empieza a sentir
dificultad en conciliar y pérdida de calidad del
sueño.
A partir de 40, dificultad en la comunicación
verbal.
A partir de 45, probable interrupción del
sueño.
De 50, malestar diurno moderado.
55, malestar diurno fuerte.
65, comunicación verbal extremadamente
difícil.
75, pérdida de oído a largo plazo. 110 -140,
pérdida de oído a corto lazo.