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Mañana se sufrirán los ruidos de hoy LA contaminación sonora
se ha consolidado en las grandes y medianas ciudades, para disgusto de los
habitantes que desean disfrutar de un marco urbano ordenado y placentero.
Fundamentalmente, aquello se debe a la incidencia de distintos vehículos
que no se encuentran en condiciones aptas para la circulación y, en
consecuencia, superan los niveles tolerados.
POR supuesto, en la
Capital Federal el problema se magnifica. Tanto es así que la Legislatura
porteña, hasta donde llegaron innumerables reclamos vecinales, acaba de
sancionar una ley que impone la adopción de severas medidas, incluyendo
multas de hasta 30.000 pesos. El gobierno local deberá diseñar una
política de reducción sonora, diagramar un mapa de ruidos cada cinco años
e instrumentar otras normas conducentes a minimizar el
problema.
FUE FIJADO en 80
decibeles el límite máximo para las zonas más ruidosas, incluidas aquellas
donde el tránsito alcanza una relevante incidencia. De acuerdo con los
parámetros fijados por la Organización Mundial de la Salud, por encima de
los 70 decibeles, los sonidos ya resultan molestos para el oído humano; en
el caso de ubicarse por encima de los 90, se convierten en dañinos. A
juicio de los especialistas, prácticamente ya no quedan áreas de la ciudad
de Buenos Aires donde los niveles de ruido se encuentren por debajo de los
índices tolerables.
BAJO otras dimensiones,
también en nuestro medio se advierte la creciente contaminación sonora,
sobre todo en el micro y macrocentro, donde la cantidad de automotores
particulares, vehículos dedicados al transporte de pasajeros y de cargas y
las motocicletas viene en constante crecimiento. Y es evidente que un
apreciable número de ellos se encuadra dentro de lo que puede considerarse
como una categoría destinada a taladrar sin miramientos los oídos del
resto de los vecinos. Es por ello que, en más de una oportunidad, los
medios periodísticos han sido canal de expresión de muchos frentistas y
peatones alarmados por la tolerancia que se advierte sobre el particular
de parte de los organismos encargados de poner freno.
HACE más de veinte años,
la Unesco condenó al ruido como uno de los más peligrosos contaminantes
ambientales, concepto ratificado en la Cumbre de la Tierra celebrada en
1992 en Río de Janeiro. Asimismo, desde otros organismos y encuentros
internacionales se alertó acerca de los peligros que los excesos sonoros
implican para la salud del individuo. Sin embargo, el problema no parece
ofrecer visos de atenuarse.
POR supuesto, no debe
achacarse sólo al tránsito urbano la responsabilidad, porque en ciertas
actividades industriales y en ámbitos de diversión --como se consignó en
el informe de nuestra edición de ayer--, el ruido va dejando su huella
para quienes alternan regularmente con él. No en vano los especialistas
recuerdan que los perjuicios van desde la simple molestia hasta la
hipoacusia total, pasando por la fatiga y el dolor. Y no olvidarse de los
estallidos de los cohetes, que pueden causar hasta una sordera
irreversible. En suma, la polución sonora tiene múltiples expresiones, a
las cuales no siempre se les asigna la importancia suficiente, aunque sus
consecuencias pueden sufrirse al cabo de los años.
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