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Bahía Blanca • República Argentina lunes 6 de Diciembre de 2004
 
EDITORIAL

Mañana se sufrirán los ruidos de hoy

     LA contaminación sonora se ha consolidado en las grandes y medianas ciudades, para disgusto de los habitantes que desean disfrutar de un marco urbano ordenado y placentero. Fundamentalmente, aquello se debe a la incidencia de distintos vehículos que no se encuentran en condiciones aptas para la circulación y, en consecuencia, superan los niveles tolerados.

     POR supuesto, en la Capital Federal el problema se magnifica. Tanto es así que la Legislatura porteña, hasta donde llegaron innumerables reclamos vecinales, acaba de sancionar una ley que impone la adopción de severas medidas, incluyendo multas de hasta 30.000 pesos. El gobierno local deberá diseñar una política de reducción sonora, diagramar un mapa de ruidos cada cinco años e instrumentar otras normas conducentes a minimizar el problema.

     FUE FIJADO en 80 decibeles el límite máximo para las zonas más ruidosas, incluidas aquellas donde el tránsito alcanza una relevante incidencia. De acuerdo con los parámetros fijados por la Organización Mundial de la Salud, por encima de los 70 decibeles, los sonidos ya resultan molestos para el oído humano; en el caso de ubicarse por encima de los 90, se convierten en dañinos. A juicio de los especialistas, prácticamente ya no quedan áreas de la ciudad de Buenos Aires donde los niveles de ruido se encuentren por debajo de los índices tolerables.

     BAJO otras dimensiones, también en nuestro medio se advierte la creciente contaminación sonora, sobre todo en el micro y macrocentro, donde la cantidad de automotores particulares, vehículos dedicados al transporte de pasajeros y de cargas y las motocicletas viene en constante crecimiento. Y es evidente que un apreciable número de ellos se encuadra dentro de lo que puede considerarse como una categoría destinada a taladrar sin miramientos los oídos del resto de los vecinos. Es por ello que, en más de una oportunidad, los medios periodísticos han sido canal de expresión de muchos frentistas y peatones alarmados por la tolerancia que se advierte sobre el particular de parte de los organismos encargados de poner freno.

     HACE más de veinte años, la Unesco condenó al ruido como uno de los más peligrosos contaminantes ambientales, concepto ratificado en la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992 en Río de Janeiro. Asimismo, desde otros organismos y encuentros internacionales se alertó acerca de los peligros que los excesos sonoros implican para la salud del individuo. Sin embargo, el problema no parece ofrecer visos de atenuarse.

     POR supuesto, no debe achacarse sólo al tránsito urbano la responsabilidad, porque en ciertas actividades industriales y en ámbitos de diversión --como se consignó en el informe de nuestra edición de ayer--, el ruido va dejando su huella para quienes alternan regularmente con él. No en vano los especialistas recuerdan que los perjuicios van desde la simple molestia hasta la hipoacusia total, pasando por la fatiga y el dolor. Y no olvidarse de los estallidos de los cohetes, que pueden causar hasta una sordera irreversible. En suma, la polución sonora tiene múltiples expresiones, a las cuales no siempre se les asigna la importancia suficiente, aunque sus consecuencias pueden sufrirse al cabo de los años.





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