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La Arcadia perdida

ROGER JIMÉNEZ - 22/12/2004 - 20.16 horas

A menudo se dice que el ser humano ha desarrollado, mucho más que cualquier otro animal, la capacidad de modificar el ambiente y, por tanto, de vivir en una gama más amplia de condiciones físicas y biológicas. El hombre se ha convertido, según la moderna definición, en una nueva fuerza geológica, pero no siempre tiene en cuenta el problema de los límites ni de la interacción entre el organismo y el ambiente. Como muestra, el trazado de la tercera pista en el aeropuerto de El Prat, que está provocando una situación social de consecuencias imprevisibles en las poblaciones de Gavà Mar, Castelldefels y Viladecans.

Las familias que residen allí ancestralmente, y otras muchas que rompieron amarras en Barcelona en un gran esfuerzo y llegaron en busca de la quietud y el ruido del silencio, se encuentran ahora sometidas a un tercer grado acústico y de degradación medioambiental que está haciendo perder todo interés por seguir viviendo en esta zona costera del Baix Llobregat. Son municipios que hicieron una decidida apuesta por la dignificación de su urbanismo, la conservación de playas y paisajes, los sistemas ecológicos y, obviamente, los servicios públicos y privados. El conjunto de playas del lugar recibe hasta cuatro millones de visitantes durante el periodo estival, un síntoma de fortaleza y atractivo como destino turístico que permitía abrigar proyectos de mayor calado.

Pues bien, todos estos sueños se han desvanecido bruscamente como en un desagradable guión futurista. Sencillamente, no es posible vivir en estas localidades con el aire lleno de partículas, ni siquiera intercambiar unas palabras con otros conciudadanos en la calle, en un restaurante o en la propia vivienda, sometido todo a un ruido salvaje, sin domesticar. Según denuncian las asociaciones de vecinos, cada minuto un avión sobrevuela el lugar a una altura no inferior a los 300 metros. De golpe, ese entorno se ha convertido en algo odioso, donde los vecinos lanzan cohetes y los niños ametrallan con gestos las naves volantes que van y vienen.

El aeropuerto de Malpensa, el mayor de los dos que tiene Milán, registra un tráfico medio diario de 800 despegues y aterrizajes, y los empleados de la torre de control advirtieron repetidas veces en el pasado de los riesgos que representaba no poder contar con el radar de tierra. El problema se encuentra en manos de la Comisión Europea, que es donde tendrán que buscar amparo los vecinos del Baix Llobregat si sus demandas no son atendidas por quien corresponde.

En el caso del aeropuerto milanés, como en el de Barcelona, se pone de manifiesto una realidad negativa que afecta a las autoridades y a sus técnicos. A pesar de tanta ciencia y tanta técnica omnipresentes, se piensa poco. Apenas se reflexiona sobre las consecuencias que pueden derivarse de unas decisiones que afectan a tantas personas. El deterioro del entorno suele comportar incomodidades, esta vez muy graves, y de ahí arranca la sacudida reactiva que supone la protesta ante el agravio. La tercera pista ha suscitado, una vez más, la necesidad de hacer público un compromiso, puesto que el pensamiento ecologista y el movimiento social son fenómenos serios e intrínsecamente solidarios.

Hay que ir echando freno al desenfreno, y el sector público debe dar ejemplo empezando por replantear su política arquitectócnica, urbanística y ambiental. Barcelona perdió una oportunidad de oro en 1992 al concebir toda la transformación de la ciudad sin inquietud sostenibilista alguna. Y el Foro Universal de las Culturas, uno de cuyos teóricos pilares era la cultura de la sostenibilidad, no proporcionó ningún ejemplo brillante en este sentido.

Lastimosamente, una Arcadia perdida. Ante ello, probablemente necesitamos una ofensiva pacífica surgida de la sociedad civil, que provoque la reconversión de las actitudes, una conspiración civil socioecológica ante tanto transgresor que no quiere seguir mínimamente el libro de estilo.

Quienes preguntan cómo será el mundo de mañana no esperan respuestas heroicas. No se trata de encontrar la solución sino de inventarla a partir de la realidad presente Hay que cambiar unas pocas cosas para que todo sea diferente y, sobre todo, más eficiente y humano.



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